Por Ricardo Márquez
SAN DIEGO— El día de la partida llegó. Inexorable, como ladrón de media noche. Sabía que vendría, pero no estaba convencido, o no deseaba que llegara.
Toda partida cuesta; es dejar lo familiar, lo amable, el territorio conocido. Es más fácil escuchar que para crecer es necesario salir a las fronteras que responder cuando se presenta la ocasión. Quedé asombrado y conmovido ante las manifestaciones de cariño, las despedidas, los buenos deseos y oraciones.
Una semana antes de mi partida, uno de mis amigos me regaló un poema que escribió durante la cena en una servilleta de papel. Días después, Salvador Rodríguez, compañero del grupo de facilitadores de los retiros prematrimoniales de la Diócesis, tendría un accidente automovilístico donde perdería la vida, quedando su esposa Berta gravemente herida. Despedida acompañada por la muerte de un amigo del alma, amistad que se fue tejiendo en conversaciones profundas, búsquedas de congruencias, risas, gozos y tristezas. Gracias a Dios, Berta se ha ido recuperando con el apoyo de sus hijos y el amor de sus nietos.
Cargado de emociones, cariño, nostalgia y dolor por la perdida de un amado amigo, emprendí el camino hacia Winston Salem, Carolina del Norte. Me acompañó mi hijo menor. Nos esperaban cuatro días de camino. Largos recorridos para conversar y procesar lo vivido y el porvenir. Desde la vulnerabilidad de nuestras existencias es más fluido el diálogo y el encuentro de corazón a corazón.
Pudimos pasar por el gran cañón y los valles de figuras rocosas en Utah. La grandeza, los misterios y la inmensidad de la creación nos arropaban. Era como para recordarnos que siempre hay algo más allá que nos asombra y nos deslumbra, nos hace caer en reverencia y asombro…desde allí me salió decir como Tomás, “Señor mío, y Dios mío”.
Cuando nos toca movernos es cuando apreciamos los valores, beneficios y ventajas de un trabajo estable, de los compañeros que nos acompañan, de la motivación y la misión compartida que nos entusiasma; todo esto lo experimenté en el Centro Pastoral de la Diócesis.
Fue un regalo, una gracia, haber compartido casi seis años de servicio con los grupos y comunidades de San Diego. Durante este tiempo confirmé lo que comúnmente decimos: uno recibe mucho más de lo que le ofrecemos a la gente.
Los testimonios de una fe sencilla, las actividades constantes de oración, formación, alabanza, servicios a los necesitados, hospitalidad…hacen visible y palpable la dinámica del Espíritu que nos alienta y vivifica. Cada vez que tenía la oportunidad de ofrecer una plática, dirigir un retiro y acompañar a un grupo regresaba con un gozo interior especial, mi fe y esperanza se renovaban aún en medio de las malas noticias que prevalecían en el ambiente.
Ahora me toca enfrentar una vez más lo incierto y desconocido, aprender nuevamente a discernir dónde prestar el mejor servicio. Experimentar el anonimato, la indiferencia de algunos, las sospechas de otros, pero también la solidaridad de quienes han pasado situaciones semejantes y siembran esperanza.
Nacemos a una nueva vida cuando salimos del vientre confortable de nuestras madres. Para renacer hay que soltar, dejar atrás lo conocido y ponerse en camino, ligeros de equipaje de las expectativas sociales, abiertos a las posibilidades de cada nuevo día. Todo cambia, lo que no cambia es la promesa de SU amor incondicional que nos prometió estar siempre con nosotros en el camino.
Ricardo Márquez es columnista para la publicación noticiosa The Southern Cross. Previamente fue director asociado de la Oficina para Vida Familiar y Espiritualidad en la Diócesis de San Diego y actualmente reside en el estado de Carolina del Norte. Su correo: marquez_muskus@yahoo.com.