Por Ricardo Márquez
SAN DIEGO — Cuando caminamos en pleno día soleado por el parque nos damos cuenta que hay una sombra oscura de nuestra figura que nos acompaña, una sombra que se mueve con nosotros.
Somos seres de luz. Hoy podemos apreciar con la tecnología avanzada de fotos tridimensionales, la explosión luminosa que ocurre en el encuentro entre un óvulo y un espermatozoide. Es el equivalente a un “Big Ban” que da origen a la vida.
Nuestra existencia se inicia con un encuentro que provoca un chispazo de luz, sin embargo, en el caminar de nuestras vidas, vamos tomando conciencia que a la luz la acompañan las sombras, esas dimensiones oscuras de nuestro ser que nos incomodan, nos hacen daño y pueden provocar daños en los otros.
Luz y sombra aparecen inseparables y pareciera que es una tarea de vida, de crecimiento humano y espiritual reconocerlas, aceptarlas y hasta abrazarlas para vivir en armonía consigo mismo y con los que nos rodean.
En el mundo de la psicología, Karl Gustav Jung (1875-1961), ha dedicado reflexiones y escritos para entender este complejo aspecto de nuestra personalidad.
¿Cómo reconocer o empezar a explorar esta realidad de nuestras sombras? Una pregunta que nos podemos hacer en la honestidad de nuestra conciencia es: ¿Qué parte de mi sería una vergüenza que otros conocieran? La respuesta a esta pregunta ya empezaría a darnos pista de nuestras sombras, esas dimensiones que llevamos escondidas, que reprimimos o no aceptamos.
Una situación para ejemplificar este ejercicio sería: si alguien actúa como mediador y pacificador, su actuación es apreciada por los otros, es su parte luminosa en acción. Pero, ¿qué sentirían sus compañeros de comunidad si supieran de su dimensión violenta en el hogar? La vergüenza de que otros se enteraran de esa realidad estaría poniendo en evidencia esa dimensión sombría, escondida o reprimida de su personalidad.
No hay que asustarse de estos descubrimientos, aunque puedan ser dolorosos y provoquen crisis. Las crisis nos dan la oportunidad de crecer; son oportunidades para humanizarnos, para poner los pies en la tierra y abrirnos al cielo a través de la fe.
“Lo que no se hace consciente, el inconsciente lo hace destino” (K. Jung). Esto quiere decir, que lo que permanece reprimido o escondido, lleva a tomar tanta fuerza psíquica que arrastra nuestras vidas y conductas hacia donde no queremos, justo hacia lo que hemos decidido esconder.
Basta asistir a un grupo de Alcohólicos Anónimos (AA) para experimentar la liberación que algunos hermanos sienten al reconocer que son alcohólicos, que necesitan ayuda de Dios y de los hermanos para superar su adicción. Sienten la liberación, porque dejan entrar la luz de la aceptación y el reconocimiento de su sombra. Sienten el alivio de no tener que aparentar lo que no son. Sienten la vulnerabilidad en el llanto que los abre a dejarse ayudar. Experimentan lo que San Pablo experimentó en su propia vida (Rom.5:20) y que se podría expresar de esta manera: “Allí donde abundó la sombra, sobreabundó la luz”.
Este proceso de reconocimiento de nuestras luces y sombras por lo general lleva tiempo, aunque a veces ocurre en nuestras vidas de un solo golpe en situaciones limites de crisis, accidentes o enfermedades. En el ámbito espiritual supone pedir la gracia y tener la disposición de apertura, compasión y amor a sí mismo.
¿Y los posibles resultados? Una mayor armonía consigo mismo, porque disminuyen las guerras internas; aumento de serenidad y paz interior, porque disminuye la energía por mantener la imagen de lo que no somos; humildad que nos da autoridad y fortalece las conexiones en nuestras relaciones.
¡No temamos! Somos un proyecto misterioso de Dios en plena construcción.
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