La Posada ofrece mucho más que refugio

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Albergue cumple 25 años de ayudar a transformar vidas

CARLSBAD – Los indicios de un hogar son inconfundibles: Sábanas de calidad. Comida servida en vajilla de porcelana. Platillos caseros, incluyendo un dulce postre.

No visible pero perceptible en todo el lugar son el respeto, un sentido de propósito, y más que nada, esperanza.

Bienvenidos a La Posada de Guadalupe, un extraordinario albergue para hombres indigentes dirigido por Caridades Católicas de San Diego, el cual celebra su aniversario de 25 años este septiembre.

Todo en ese lugar desafía el estereotipo de un albergue. El complejo de color rojo pudiera ser un hotel. Está muy limpio. Un sentido de paz llena el lugar.

La historia de este albergue es la historia de la zona Norte del Condado de San Diego, particularmente las ciudades de la costa, como Carlsbad. Es también una historia de ciclos económicos – y lo que pasa con la gente atrapada en el colapso. Más que nada es una historia de una comunidad entera – grupos, iglesias, comercios e individuos – que ha ayudado a sus vecinos a retomar su vida año tras año.

Joaquín Blas ha trabajado en el albergue por 21 de los 25 años que tiene abierto y quizás conoce mejor que nadie su poder para transformar vidas.

Los residentes “me dicen, ‘Gracias a ti, y al personal, porque sin este lugar, tal vez yo estuviera muerto, o en la calle. Gracias a ustedes ya tengo trabajo, me voy a mover a un lugar permanente, o con unos amigos, o voy a rentar un cuarto’.

Comienza la historia del albergue en los años ochenta, cuando Carlsbad tenía muchos campos de cultivo. Campesinos y jornaleros hispanos los trabajaban pero sencillamente no podían pagar las rentas altas de la zona. En las tardes y noches, caminaban “al monte”, donde dormían en viviendas improvisadas.

Un grupo que se llamaba Caring Residents of Carlsbad (Residentes Comprensivos) se unieron con el Padre Raymond Moore, de la parroquia San Patricio, y la Ciudad de Carlsbad para abrir un albergue para estos hombres. El grupo logró obtener una beca municipal e invitó a Caridades Católicas a proveer los servicios. Una familia local ofreció arrendar un terreno por un $1 al año (y después se lo vendió a Caridades Católicas) para establecer el albergue.

Abrió en 1992 utilizando ocho unidades móviles para los dormitorios, regaderas, cocina pequeña, comedor y oficina. Tenía capacidad para 50 hombres. La Hermana RayMonda DuVall, en aquel entonces la directora ejecutiva, propuso que llevara el nombre La Posada de Guadalupe en reconocimiento de los hombres que serviría.

Pero cambios muy grandes venían en camino. Fraccionamientos y proyectos comerciales comenzaron a consumir campo tras campo, transformando el entorno social y económico.

“Todo lo de agricultura se va acabando”, dijo Blas, actualmente el supervisor de operaciones del lugar. “Nomás quedan pocos lugares”.

Eso no es todo.

La economía cayó en una recesión, comenzando alrededor del año 2008. El personal de La Posada empezó a recibir una población distinta: Hombres blancos y afro-americanos que habían perdido su trabajo. Algunos incluso vivían en sus carros.

“Esta gente tenía vidas estables como tú y yo”, aseguró Blas. “Cuando perdieron su trabajo, perdieron todo”.

El albergue necesitaba más espacio. Caridades Católicas solicitó una beca especial de la ciudad y recaudó fondos de iglesias, negocios, fundaciones y mucha, mucha gente. En 2012, la organización comenzó un proyecto de $2.4 millones para construir un albergue permanente con doble la capacidad.

El nuevo complejo se inauguró un año después. Tenía una amplia cocina a nivel de restaurante, un comedor grande, oficinas y dos alas para dormitorios, cada una con cupo para 50 hombres. Un lado provee vivienda de emergencia por hasta dos meses mientras los residentes consiguen trabajo y un lugar estable para vivir. El otro provee vivienda a largo plazo para hombres que trabajan en la agricultura por lo menos medio tiempo o por temporadas. Estos campesinos pagan $200 mensuales y se pueden quedar hasta 18 meses.

Los hombres, edades 18 a 75, llegan por una variedad de razones. La mayoría perdió su trabajo y agotó sus ahorros mientras buscaba otro, o sufre de adicciones a drogas o alcohol, o tiene alguna discapacidad física o mental.

El albergue tiene nueve empleados de tiempo completo y dos de medio tiempo, apoyados por voluntarios que ayudan en la oficina y cocina. Dos gerentes ayudan a los hombres a obtener trabajo, ahorrar dinero y encontrar vivienda estable.

Por su parte, los residentes tienen que trabajar para cumplir con metas personales, como mantenerse sobrios o libre de drogas. Tienen que seguir las reglas y hacer un aseo diario.

En el año fiscal del 2016-2017, el albergue aportó vivienda de emergencia a 462 hombres. Un 48 por ciento logró mudarse a un lugar permanente y otro 18 por ciento a uno temporario donde podría recibir apoyo adicional para estabilizarse. Además, 56 campesinos vivieron ahí.

Los residentes reciben almuerzo y cena todos los días, pero no cualquier comida.

“Uno de sus favoritos es el bulgogi”, dijo Lise deBedts, la chef del lugar y mánager de la cocina, hablando del platillo coreano de rebanadas de carne asada.

Ella utiliza sus 40 años en la industria de la comida para crear platillos nutritivos y deliciosos. Compra ciertos ingredientes, recibe otros de un banco de comida y el resto de la comida es donada por comercios como Vons,  Prager Brothers Artisan Breads, Chipotle y Panera.

¿Cómo le hace para servir 8,400 comidas al mes? Voluntarios  le ayudan en la cocina casi todos los días del año. Llegan en las tardes a servir la cena. Y durante los fines de semana, grupos traen los ingredientes, cocinan toda una cena y la sirven.

“Es una oportunidad para que la comunidad sea parte de la solución”, dijo la chef. “Pueden ver a estos hombre y platicar con ellos”.

Uno de ellos es Rubén Rojas, de 52 años. Tuvo un buen trabajo bien pagado en ventas por ocho años hasta que “me metí en problemas con drogas y alcohol.” Perdió su empleo, luego su casa y terminó en La Posada.

“Cuando llegué me sentía perdido. No sabía qué me estaba pasando.”

Comenzó a asistir juntas de Alcohólicos Anónimos en el albergue y consiguió un trabajo en agricultura. Sonríe cuando cuenta que ha logrado mantenerse libre de alcohol y drogas por dos años.

“Ha sido una bendición estar aquí”, dijo, añadiendo, “No te juzgan aquí”.

Tiene planes de regresar al nivel de empleo que tenía antes y encontrar un lugar para vivir permanente.

Por su parte, Lucio Ordoñez ha trabajado en los campos por 35 años. El nativo de un pueblo en Querétaro una vez vivió al aire libre.

“Eso sí estaba horrible, arriesgándote un piquete de una víbora”, aseguró. “Hacías tu comidita en el cerro”.

Actualmente, trabaja en el campo cultivando tomate, calabacitas y fresas y vive por temporadas en La Posada.

“Vivimos la vida aquí como Dios lo manda.”

The Southern Cross

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