EL CENTRO – Richard Enríquez conoce el parque en la avenida Adams de esta ciudad en el Valle Imperial como la palma de su mano.
Prácticamente, él pasó 15 años viviendo ahí siendo un adicto a las drogas.
En la actualidad, Enríquez visita ese mismo parque una vez a la semana, pero por una razón muy distinta: alimenta los cuerpos y las almas que viven ahí.
Enríquez, de 53 años, es el coordinador del Ministerio de Comunidades Católicas para Desamparados en la ciudad de El Centro (El Centro Catholic Community’s Homeless Ministry).
Por nueve años, Enríquez, y su esposa Mónica, han encabezado el esfuerzo de docenas de voluntarios que preparan y reparten desayunos calientes los domingos en las mañana a hombres, mujeres y niños que viven en el parque.
La mañana del Domingo de Pascua, sus hambrientos “invitados”, como él los llama, disfrutaron una comida de fiesta consistente en jamón, camote y otros platillos tradicionales.
«Nosotros somos los que estamos en su casa”, dijo Enríquez en una entrevista concedida el día posterior. «Nosotros les servimos a ellos”.
Casi una década atrás, la historia era diferente. Enríquez dijo que en esos años su vida estaba siendo consumida por las drogas.
Él evitaba regresar a su casa para que su esposa y sus hijos no lo vieran en ese estado.
Encontraba consuelo entre sus “hermanos» del parque.
Un día, entre tantas entradas y salidas de la cárcel, un juez le extendió un ultimátum: Entra a rehabilitación o serás sentenciado a prisión.
«El Señor estuvo conmigo”, dijo Enríquez, quien comenzó a recorrer el arduo y largo camino para lograr recobrarse.
Regresó al calor de su parroquia, Nuestra Señora de Guadalupe, en donde sus hijos habían sido bautizados y en donde habían hecho sus sacramentos.
Ahora, totalmente recuperado y sobrio, Enríquez no olvidaba a sus amigos en el parque, quienes él sabía, sufrían de hambre y heridas emocionales.
Se encaminó al parque una mañana de domingo a pasar tiempo con los desamparados del parque.
«Preparé 20 sandwiches de queso y una caja de agua”, recordó.
Con la ayuda de su esposa, él siguió regresando al parque cada domingo.
Pronto, otros comenzaron a seguir su ejemplo y ahora son hasta 100 personas los que ayudan.
«Nunca pido dinero”, aseguró.
En lugar de eso, él invita a la gente a traer lo que puedan para servir desayunos calientes a los desamparados y además darles una bolsa de comida que contiene una torta, fruta y galletas.
Los desamparados también necesitan cosas básicas como artículos de aseo personal, cobijas y ropa para protegerse de las temperaturas extremas en el valle.
«Iniciamos una colecta “, recordó Enríquez, con varios ministerios que aportaron artículos básicos.
Desde su punto de vista, la comida, es en realidad, un regalo secundario para los desamparados.
“El amor de Cristo es lo primero que les damo” afirmó.
Para los desamparados es importante escuchar que Dios está con ellos sin importar las circunstancias, dijo, así como Dios estuvo con él mientras luchaba con su adicción.
A nueve años de haberse recuperado, la vida de Enríquez gira alrededor de su parroquia, lugar donde trabaja como empleado de mantenimiento. Y también encabeza como mentor a un grupo masculino de rosario.
Los domingos, él sigue con su fiel rutina.
Poco después de las 7 a.m., é; y los voluntarios ponen mesas en el parque y acomodan las charolas de comida y bebidas que van a ser servidas.
Docenas de personas, unas en bicicleta y otras utilizando andaderas para poder caminar, convergen en el lugar a las 7:30 a.m. y Enriquez lee el Evangelio, comparte su fe e invita a todos a orar antes de que la comida sea servida.
El Domingo de Ramos, varios miembros del Grupo Juvenil de El Centro ayudaron a servir el desayuno como un acto de misericordia.
En el grupo se encontraba Mariana Escobedo, una joven de 16 años que llevó pancakes y quien quedó conmovida por toda la gente que se congregó en el lugar.
«Había padres con sus hijos que estaban hambrientos y con mucho frío esa mañana”, dijo. «Hubiera deseado poder hacer mucho más por ellos”.
Mariana, quien asiste a la Central Union High School, comentó que levantarse temprano para preparar la comida y participar en la distribución fue algo que valió la pena.
«Darles comida y verlos sonreír fue suficiente para que yo tuviera un día excelente”, dijo,
Mariana comentó que la experiencia la hizo «sentirse agradecida por todo lo que yo tengo”.
Cuando Enríquez comenzó a darle de comer a los desamparados, había como 20 de ellos que se acercaban al lugar.
«Ahora son como 80 de ellos”, dijo, incluyendo a algunas familias que viven día a día para en moteles.
Enríquez desea que la gente no juzgue a los desamparados con preguntas como: ¿Porqué no consiguen un empleo para dejar de vivir en la calle?
«Pasan muchos años para que la gente termine en estas circunstancias. Y toma muchos años para esta gente pueda retomar su vida”.
Él ora para que un domingo llegue al parque y encuentre que ya no hay más desamparados.
«Hasta que ese día llegue, yo seguiré estando ahí. Llueva o haga un calor de 120 grados, nosotros estaremos ahí”.