Arzobispo: Víctimas fueron abandonadas por sistemas injustos

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WASHINGTON — Después de una tragedia tras otra en Texas, acusaciones de quien tiene la culpa sobran.

La policía local de Uvalde enfrenta a la ira y el escrutinio público por su respuesta a un tiroteo masivo en una escuela primaria a finales de mayo.

Migrantes enfrentan la culpa de una tragedia en junio que terminó con la vida de 53 de ellos dentro de un tráiler que los entraba de contrabando al país.

Pero el arzobispo Gustavo García-Siller de San Antonio ve las cosas de otra manera, y dice lo que tiene la culpa es el sistema, y «ambas tragedias son parte de un problema más grande y complejo», dijo en una entrevista con Catholic News Service.

«Necesitamos buenas políticas», que fomenten el bien común, dijo, pero hay gente que quiere «mantener la situación en desorden para aprovecharla, para bienes de campaña, para bienes personales, para fines, agendas, individuales o colectivas. Cuando hay desorden, que no se entiende que está pasando, da lugar a muchas injusticias, da lugar a abusos…y siempre está el chivo expiatorio».

En muchos sentidos, el arzobispo García-Siller repite lo que el papa Francisco ha dicho antes, cuando ha denunciado el «tráfico indiscriminado de armas» y aquellos que tratan a los migrantes como «peones en el tablero de ajedrez de la humanidad».

En los últimos días, el arzobispo ha atravesado ese ambiente crudo por el que se tiene que navegar cuando una comunidad se esfuerza por recuperar tras una tragedia. Pero San Antonio está tratando de superar dos grandes tragedias: el asesinato de 19 niños indefensos de cuarto grado en un tiroteo masivo en una escuela primaria y un grupo de hombres y mujeres que encontraron la muerte durante momentos de calor intenso dentro de un tráiler diseñado para transportar carga, no personas.

«Mercaderes de la muerte», llamó el arzobispo a los responsables de la tragedia del tráiler en una homilía bilingüe del 30 de junio.

«Como país del ‘Primer Mundo’, estamos fallando porque tenemos toda la técnica, todas las posibilidades de arreglar» muchos problemas sociales que causan muerte y, sin embargo, no parece haber voluntad para que esto que suceda, dijo a CNS, agregando que «lo prevalente es una cultura de la muerte».

También hay un sistema de problemas estructurales que busca culpabilizar a las personas por sus circunstancias en vez de buscar soluciones «con seriedad y profundidad, y con un sentido humanitario».

Algunos eligen el camino de atacar a las personas, pero no el problema. En el caso de la inmigración, el arzobispo García-Siller dijo que en vez de reformar un sistema que tiene muchos defectos, algunos prefieren demonizar a los migrantes.

«Automáticamente se considera que las personas del sur son malas, son bandidos, son invasores -—así se nos llama en este momento acá en Texas», dijo el arzobispo, quien es un ciudadano estadounidense naturalizado, pero un inmigrante a los EE. UU. sin embargo, nacido en México.

«Andamos con máscara en las calles, pero saben quiénes somos por nuestro color, la cultura, la lengua que hablamos», dijo.

La tragedia de lo que les sucedió a los migrantes en el tráiler confirmó las observaciones que había notado antes en su experiencia como pastor que ha atendido a inmigrantes en varios lugares del país, lugares en Oregón, California, Alaska y ahora Texas, dijo.

Por ejemplo, si uno lee noticias sobre las personas que murieron dentro del tráiler, las descripciones hablan de un «tráiler abandonado», dijo, una descripción que deshumaniza a las personas que estaban dentro.

«El tráiler no fue el abandonado. La gente. Los migrantes fueron abandonados», enfatizó.

Y no solo fueron abandonados por el conductor. Los migrantes que llegan a otros lugares en búsqueda de refugio o alivio del deterioro de las condiciones en sus países de origen, huyendo de las malas situaciones infligidas por sus familias o huyendo de la violencia de sus vecindarios, cualquier número de situaciones, también les abandona la sociedad de los países receptores, dijo.

«El inmigrante, ordinariamente, experimenta el abandono», dijo. «Ser abandonado es algo es algo muy serio, muy profundo, afecta mucho a la persona, el abandono».

Mientras trabajan, pocos reconocen la presencia de los migrantes, dijo, y si se fijan en ellos, muchas veces no les reconocen o llaman por sus nombres, abandonando también la identidad que llevan sus nombres.

«Viven sin nombre y eso es algo muy fuerte porque…nos quitan nuestra identidad, parte de nuestra historia», dijo el arzobispo García-Siller.

En el trabajo, el lugar donde los migrantes a veces encuentran la única normalidad después de lo que suele ser «un viaje donde tienen que pasar muchas penas», entran y salen de forma anónima, relegados a la parte trasera de los negocios donde trabajan, relegados a los lugares donde nadie pueda verlos, dijo, y allí, «se convierten en los invisibles».

Es una sensación terrible que otra persona no reconozca que la otra existe, dijo el arzobispo.

Y después de todo eso, algunos en el público se preguntan en voz alta, después de que los migrantes sufren injusticia tras injusticia, después de la «destrucción» de la esencia de una persona, ¿por qué no se puede decir que las personas que vienen son las «mejores, las personas más brillantes» dignas de entrar y permanecer en el país, dijo el arzobispo.

Hay poca discusión sobre la búsqueda de una solución humanitaria al problema, dijo. Las soluciones son: construir un muro o echarlos.

«Cómo se quiere manejar aquí en Texas la situación es diciendo ‘Nosotros vamos a resolver el problema’ pero es imponiendo, no hay diálogo», dijo.

Del mismo modo, encontrar soluciones para prevenir tiroteos masivos, incluso limitar armas de alto poder, encuentran poco diálogo.

«Todo eso alimenta lo que pasó» en ambas tragedias, y quienes se benefician de ese sistema no están dispuestos a cambiarlo, dijo el arzobispo. Es más fácil apuntar el dedo a los chivos expiatorios.

El trabajo por delante puede parecer cuesta arriba a veces, dijo, pero su vida de oración, la fe de quienes lo rodean en la arquidiócesis y en la comunidad son lo que lo mantiene firme, dijo.

«Yo le doy gracias, muchas, a mis padres, en mi familia vivimos experiencias de fe muy fuertes, profundas, y tengo una relación con Dios intensa», dijo.

Y si algo le ha enseñado, dijo, es que «el que no sabe sufrir, no sabe amar».

 

 

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