Mensaje de Navidad del Cardenal Robert W. McElroy:
La belleza de la mirada de Dios miró hacia la tierra y nos honró con Jesús, nacido en un pesebre, empobrecido y sin hogar, pero rodeado de amor.
Fue el momento decisivo de la historia humana, una señal de que el amor de Dios por nosotros no tiene límites, porque Dios estuvo dispuesto a entrar de lleno en nuestra existencia humana, a conocer las alegrías de nuestra vida y toda forma de sufrimiento humano, para poder acompañarnos en cada momento de nuestra peregrinación en esta tierra y hasta la eternidad. Jesús habló con compasión a todos aquellos que estaban a la deriva y asustados. En las Bienaventuranzas, reveló el camino más verdadero hacia la felicidad en este mundo. Mostró su inquebrantable cuidado por aquellos que necesitaban sanación y consuelo. Buscó a todos aquellos que se sentían marginados y solos.
Nos encontramos en un momento en el que las guerras hacen estragos a nuestro alrededor, cuando la vida familiar está sitiada en muchos niveles, cuando la solidaridad dentro de nuestra sociedad está desgastada.
Sin embargo, nosotros los Católicos somos llamados a ser un pueblo de Esperanza. La esperanza Cristiana no es la creencia de que todo siempre sale bien, eso es mero optimismo.
La esperanza Cristiana es el reconocimiento de que en todos los desafíos de nuestras vidas y de nuestro mundo, Dios encuentra manera de venir y caminar con nosotros, consolarnos y levantarnos, para ayudarnos a ser hombres y mujeres del Evangelio cuyo gozo está en nuestra alma, porque hemos sido redimidos y vivimos ya en este mundo como ciudadanos del cielo.
Así que mientras contemplamos a Jesús nacido en un pesebre esta Navidad, mientras vemos la belleza de estos días reflejada tan profundamente en los ojos de los niños quienes mejor reconocen la presencia de Dios entre nosotros, recordemos que Dios nos ha elegido personalmente y de manera irrevocable en esta gran fiesta de Navidad, y nos elige todavía, para abrazarnos con el amor divino.