Por Padre Bernardo Lara
SAN DIEGO — En nuestra búsqueda espiritual, muchos de nosotros hemos anhelado ver a Dios cara a cara en algún momento de nuestras vidas. Sin embargo, es importante comprender que tal encuentro no es parte del plan divino. No obstante, podemos percibir la presencia de Dios a nuestro alrededor a través de diversas bendiciones que recibimos a lo largo de nuestro camino.
Por ejemplo, podemos discernir su presencia espiritual en la celebración de la Eucaristía, utilizando nuestros ojos espirituales para reconocer su cercanía. Del mismo modo, cuando un director espiritual nos brinda orientación y apoyo adecuado, podemos percibir la mano de Dios en nuestra vida y en nuestra oración. Podemos encontrar la presencia divina en los momentos de conexión genuina con nuestros seres queridos, en la belleza de la naturaleza que nos rodea y en los gestos de bondad y compasión que presenciamos a diario. Estos momentos nos recuerdan que el amor de Dios se manifiesta de diversas formas y en los lugares más inesperados, invitándonos a abrir nuestros corazones y mentes para reconocer su gracia y su amor incondicional en cada aspecto de nuestras vidas.
El amor de Dios es intrínsecamente generoso y desinteresado. Él nos ama incondicionalmente, incluso cuando no le correspondemos. Dios ama sin medida.
La crucifixión de Jesús es el máximo ejemplo de este amor sin límites. En la crucifixión Jesús pagó una deuda que no debía, y lo hizo de una manera desinteresada por amor. Este mismo gesto encontramos en el amor de una madre.
Desde el embarazo la madre sufre una serie de incomodidades, como las náuseas o una restricción dietética; todo es bienvenido debido al profundo amor que ella siente hacia su hijo. El dolor de parto es otra cara de la misma moneda. Además, conforme los hijos van creciendo la madre recorre un caminar que, si bien recibe muchas bendiciones, también está lleno de dolores: preocupaciones por el bienestar, ahorrar dinero, gastos médicos, desveladas, quizás dos trabajos para sostener a la familia.
El amor maternal sirve como un recordatorio tangible de la ternura y la entrega desinteresada que caracterizan al amor divino. La figura de la madre, con su capacidad para sacrificarse y cuidar con dedicación a sus hijos, refleja el amor de Dios de una manera única y conmovedora. El amor maternal nos habla del amor divino que cuida, protege y perdona sin límites. En cada abrazo, en cada palabra de aliento y en cada gesto de preocupación, podemos ver reflejado el amor de Dios.
En esa imagen de sacrificio y amor incondicional es en la que Dios se revela. Por eso, la imagen de la Iglesia como madre es de vital importancia. Así como una madre sacrifica, sufre, se alegra, perdona y nunca abandona a sus hijos, Dios también está presente en nuestras vidas, demostrando su amor constante y eterno.
Se puede contactar al padre Lara en fatherbernardolara@gmail.com.