SAN DIEGO — Imagine que hubiera estado presente en la Resurrección de Jesucristo. Que lo hubiera visto salir glorioso del sepulcro. Que lo hubiera visto encontrarse con María Magdalena en el jardín. Que hubiera estado usted con los apóstoles en aquel primer momento en que se les apareció, convirtiendo su profundo dolor en un gozo incomparable.
Los Evangelios son nuestra liga directa a estos magníficos eventos de fe y gloria. A través del lente de los Evangelios, nos damos cuenta de que la resurrección constituyó el punto de inflexión central en la historia humana. En la Resurrección hemos sido redimidos. En la Resurrección comprendemos que Nuestro Señor Jesucristo está a nuestro lado en cada momento de nuestra vida, apoyándonos, abrazándonos, retándonos y consolándonos.
Es en la Resurrección que llegamos a comprender que vivimos en esta tierra con una misión y un propósito que lleva más allá de esta vida a la gloria eterna con el Padre, Hijo y el Espíritu Santo. Y, lo más conmovedor, es en la Resurrección que vemos que todos aquellos a quienes hemos conocido y amado profundamente en esta tierra no se han ido de nosotros para siempre, sino que viven con el Señor. Los abrazaremos una vez más en el Reino y atesoraremos en ellos todas las cualidades que vimos, conocimos y amamos en ellos aquí en este mundo.
Lo más trascendental de la Resurrección es que nos enseña que ya somos ciudadanos del cielo, llamados a ennoblecer el mundo en que vivimos, esforzándonos por vivir los valores del Evangelio.
¡Y en esa ciudadanía, podemos verdaderamente regocijarnos!
