Por el Obispo Robert McElroy
La temporada de Adviento es un tiempo de espera en el Señor. Es un tiempo de espera inmediata a la celebración de la Navidad, la cual representa la entrada de Dios a la historia humana para redimirnos por su Pasión, Muerte y Resurrección. Es también un tiempo de espera más profundo para la venida definitiva del Reino de Dios, cuando conozcamos el rostro de Dios y seamos testigos del triunfo del Señor sobre toda forma de sufrimiento humano.
Durante la mayor parte de la historia de la Iglesia, el Adviento fue un tiempo de penitencia y preparación. Este año la penitencia ya está entretejida en nuestras vidas y en nuestro mundo. El dolor y pérdida de la pandemia son desgarradores – para quienes han sido afectados y sus seres queridos, para quienes han perdido el trabajo y tienen dificultades económicas, para todas nuestras familias quienes celebrarán una Navidad a distancia y distinta, para aquellos que enfrentan miedos y aislamiento.
Pero la temporada de Adviento no es en última instancia una realidad penitencial. Porque en su corazón el Adviento es un testimonio de la inquebrantable convicción de que nuestro Dios está con nosotros en cada momento de nuestra vida, especialmente cuando nos sentimos más a la deriva y solos.
El bebé nacido en un pesebre hace más de 2 mil años es un símbolo abrumador de la amplitud y profundidad del amor de Dios por nosotros – por nuestra esperanza y confianza de que Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo nos ha amado desde el primer momento en el vientre de nuestra madre y nos seguirá amando hasta el final de los tiempos. Así que regocijémonos ahora que se acerca la Navidad, no solo porque estamos en el umbral de una vacuna, sino porque la esperanza del mundo se desata una vez más por el nacimiento del Niño Jesús quien nos ha redimido a todos.