Por Ricardo Márquez
SAN DIEGO —¿Habrá todavía fe sobre la Tierra al final de los tiempos? ¿Se encontrará gente que practique la compasión y la justicia? ¿Habrá Paz entre las naciones? …
Cada Navidad es propicia para replantearnos estas preguntas. El mensaje de la tradición cristiana nos recuerda que es el tiempo para recordar y hacer memoria de un acontecimiento tan único y especial como fue la encarnación, la presencia histórica de “Dios con nosotros”, tal como nosotros, de carne y hueso.
Algo radicalmente novedoso, imposible de imaginar y concebir, pero lo que es imposible para nosotros es siempre posible para Dios. Ese Dios que se hizo humano en el vientre de María, la mujer que ha dado el salto de fe más grande al aceptar que ese misterio se hiciera real en su vientre para ofrecérnoslo.
No hay comercio, propuesta de mercadeo, música o tabletas que puedan suprimir esta experiencia de fe que todavía se renueva y vive en muchos seres humanos. La pueden opacar y encubrir, pero jamás aniquilar. Siempre habrá un grupo de personas que ha experimentado y vivido la gracia de sentir el amor y la presencia de Jesús.
Por eso el futuro de la fe y de los creyentes será de los “místicos”, aquellos que han visto con sus ojos, sentido con sus sentidos y caminado sobre las huellas del Señor; aquellos cuya experiencia ha sido tan personal, íntima y profunda que no se la pueden arrebatar las corrientes predominantes de este mundo…porque nada, ni nadie los podrá separar de esa experiencia de amor sentido y experimentado. No sólo creo porque me lo contaron, ahora lo comunico y lo proclamo porque lo he vivido y el misterio me ha seducido.
Las diversas narrativas del nacimiento de Jesús están acompañadas de muchos símbolos y metáforas que tienen la intención de abrir la mente y el corazón para imaginar, sentir y experimentar las profundidades de ese misterio, de esa “buena noticia” que se nos anuncia: “no teman”, “miren”, “hoy ha nacido el salvador, el que esperaban, el Señor, el Mesías”.
La señal para reconocerlo será la sencillez, lo humilde y cotidiano: un niño envuelto en pañales. Tan sencillo y simple que las mentes complicadas se enredan y no lo ven. Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán los chispazos de Dios en la creación, en todas las personas, en todas partes.
Se nos ha anunciado una buena noticia, que estamos en esta vida para reconocernos como imágen del Creador, para ejercer nuestra libertad en hacer el bien y crear la fraternidad humana, para disfrutar el gozo de amar y ser amado, y para recordarnos que la muerte no tiene la última palabra, que nuestro destino final es la vida que perdura. La opción del camino siempre estará en nuestras decisiones.
Hoy renuevo mi esperanza y preparo durante este tiempo de Adviento mi “pesebre interior”. Hoy celebro y proclamo agradecido toda la gente que me he encontrado en las distintas parroquias de la diócesis y movimientos laicales, que se reúnen cada semana para alabar, orar y formarse; gente que abraza y reparte cariño, que visita las cárceles y los hospitales; que hace política buena apoyando reformas y leyes justas. Todos ellos son seres de luz que sostienen y cuidan la vida que se nos ha regalado, todos ellos hacen nacer a Jesús en las personas, los hogares y el mundo. Todos ellos han sostenido y fortalecido mi fe y mi esperanza.
Bienaventurados los que se convierten en una Navidad viviente, amando y sirviendo, ellos nos muestran la presencia del “Dios con Nosotros”.