Perspectiva: Adultos sanos, niños seguros

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Por Ricardo Márquez

SAN DIEGO — Una cita de Frederick Douglas se me viene a la mente cuando pienso en el abuso infantil.

“Es más fácil construir niños fuertes que reparar hombres rotos”.

Alrededor de 1,840 niños murieron en nuestro país por abuso y negligencia en el año fiscal 2019, 60 niños más de los 1,780 que fallecieron en 2018, según datos proporcionados por la Oficina de Menores del Departamento de Salud y Servicios Humanos de EE. UU.

“En Estados Unidos mueren entre 4 y 8 niños diariamente debido al abuso o negligencia por parte de sus padres o cuidadores. Se desconoce el número exacto, y no se ha avanzado mucho en la prevención de estas trágicas muertes. La mayoría de los menores que pierden la vida son bebés o niños pequeños”, dijo la Comisión del Congreso para Eliminar el Abuso y Descuido Infantil en su informe final.

Claramente, algo no está funcionando bien para que esto suceda. El descuido de los adultos, la pobreza y la violencia son unas de las principales causas de dichas muertes.

En algún momento esos adultos que ahora maltratan y descuidan a sus hijos fueron niños. Ellos reproducen lo que vivieron; si vivieron en un ambiente hostil, aprendieron a pelear; si fueron fuertemente criticados, aprendieron a criticar; si fueron maltratados, muy probablemente repetirán ese comportamiento.

Prevenir el maltrato y abuso de los niños tiene que ver con la formación y transformación  de nosotros los adultos. Este mes de abril, dedicado en Estados Unidos a hacer conciencia sobre el maltrato y abuso infantil, es una buena oportunidad para detenerse aunque sea un momento a reflexionar y recordar a los miles de niños que sufren maltrato en el mundo.

Busquemos un momento de reunión familiar para conversar sobre el tema, oremos para que se alivie el sufrimiento que los maltratos y abusos producen en los niños y pidamos para que seamos instrumentos de paz y compasión, comprometiéndonos a no usar palabras hirientes y pedir perdón por las ofensas que hemos ocasionado.

Cuando los adultos descuidamos nuestras responsabilidades y tareas de modelar buenas costumbres y valores, los niños que nos observan e imitan sufren las consecuencias. El futuro de la salud emocional de la humanidad no está en cambiar la mentalidad de los niños, sino en el cambio de conductas de los adultos que los rodean.

No es tarea fácil “reparar” adultos rotos, quebrados emocionalmente por sus historias particulares, pero no es imposible. Se requiere de un deseo y voluntad de cambiar, de buscar ayuda, de rodearse de gente en diversos grupos y parroquias para apoyarse mutuamente.

“La ternura es el mejor modo de tocar y cambiar lo que es frágil en nosotros”, nos recuerda el Papa Francisco en su reciente carta apostólica “Patris Corde” (Con Corazón de Padre).

Los cambios no provienen de los juicios, sino de la compasión que acompaña, sana y camina con las heridas de nuestros hermanos.

No se trata de acciones extraordinarias, sino de asumir nuestro cada día con la intención y la responsabilidad de ser mejores y  dejar el mundo mejor de cómo lo encontramos. Podemos lograr esto a través de gestos sencillos de paciencia, aprecio, compasión y solidaridad.

Con adultos fortalecidos o en proceso de sanación nuestros niños estarán más seguros y protegidos.

Ricardo Márquez, PhD, es director asociado de la Oficina de  Vida Familiar y Espiritualidad en la Diócesis Católica de San Diego. Se puede contactar en el correo rmarquez@sdcatholic.org.

 

 

 

 

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