Por Padre Bernardo Lara
SAN DIEGO — A escasas semanas de celebrarse la fiesta de San Valentín, el otro día tuve la oportunidad de dirigir un retiro para matrimonios.
Una de las pláticas fue sobre la vocación que tenemos todos los cristianos, el llamado que Jesús nos hace.
Para esta plática me basé en el pasaje bíblico del evangelio según San Mateo, donde Jesús llama a sus primeros discípulos: a los hermanos Simón (Pedro) y Andrés; y a los hijos de Zebedeo, Jacobo y Juan. Aunque esta reflexión iba direccionada para personas casadas, tanto por la iglesia como solo por lo civil, hay un par de puntos que podemos rescatar de forma genérica y me gustaría compartir contigo, querido lector.
El primer punto es ¿Dónde? los apóstoles reciben el llamado de Jesús. Es importante darnos cuenta que el primer encuentro con Cristo de los apóstoles no surgió dentro de la iglesia, ni surgió en la celebración de una fiesta religiosa. El primer encuentro con Jesús de los primeros discípulos, entre ellos el futuro primer Papa, surgió en sus trabajos. Con esto no quiero menospreciar el valor y el carácter sagrado que tiene la iglesia y sus sacramentos. De ninguna manera, pero sí me gustaría que recapacitemos sobre la manera en la que Dios trabaja.
Muchas veces tristemente limitamos a Dios a las cuatro paredes de la iglesia o al clero. Sin embargo, Dios se aparece en la vida cotidiana de las personas, en sus trabajos, por ejemplo, y elige a personas que no van fielmente a la iglesia o a personas pobres que por su situación no tienen muchos estudios. Ahí es dónde está Jesús y de ahí llama a su gente.
No limitemos a Dios a encontrarlo solamente en la iglesia, o solamente con aquellos que “han estudiado la Biblia” o “al padre que está más cerquita”.
El segundo aspecto es ¿Cómo? los llama. Jesús habla su propio idioma. Él se dirigió a pescadores y les dijo “yo los haré pescadores de personas”. Jesús pudo haber dicho “yo los haré príncipes del Reino de Dios”, o algo por el estilo. Pero no, Jesús utilizó una imagen, un idioma que ellos mismos hablaban, que ellos entendían. Se puso al nivel de las personas y así sigue sucediendo hoy en día.
A Cristo lo encontramos dentro de nuestra vida diaria, y se acerca a todos: ricos y pobres, estudiados y no estudiados, Católicos y protestantes, homosexuales y heterosexuales, solteros y divorciados. A todos.
Abramos las puertas de nuestro corazón para estar atentos a su llamado, ¿Cómo te está llamando?, ¿Dónde te está llamando?, ¿Para qué te está llamando?; solo estando conscientes de esto podremos responder bien a ese llamado.