Por Padre Bernardo Lara
SAN DIEGO ¿Te acuerdas que hace unas semanas el típico sol de San Diego no aparecía en el cielo?
Para los que llevamos años viviendo en esta región, eso ha sido algo sumamente raro. San Diego se caracteriza precisamente por el clima perfecto, el clima de playa. Invierno frío sí, pero sin congelar; mientras que el resto del tiempo tenemos un clima agradable, a tal punto que generalmente es posible ir al mar aunque no sea verano.
Es más, como dato curioso, confieso que un par de años antes de la pandemia pasé el 24 de diciembre surfeando durante el día. Sin embargo, este año el clima ha sido diferente. Era junio y todavía teníamos clima de invierno. No era lo que esperábamos, pero sabíamos que el sol ahí estaba y aunque no lo podíamos ver y no sabíamos cuándo saldría, estábamos seguros de que ahí estaba.
Así pasa con Dios. A veces la vida se torna frustrante, hay días nublados. Puede ser una relación de amigos, el trabajo, la pareja o simplemente lo que vemos en las noticias. Sin embargo, nuestra fe debe apoyarse en el hecho de que Dios está ahí. Al igual que el clima que se vivió hace unas semanas, a veces tenemos un clima espiritual oscuro cuando esperamos tenerlo soleado. Sin embargo, Dios ahí está. No lo vemos, pero su presencia es garantizada.
Es cierto que en ocasiones el frío espiritual, la lluvia o la desesperación por no saber cuándo saldrá el sol nos puede ganar, pero no debemos olvidar que Dios es más grande que todo. Incluso, hay que recordar que, aunque a veces Dios permite esos días nublados en la vida, Él jamás cede el control.
Las fiestas que celebramos en las últimas semanas nos recuerdan precisamente ese poder tan grande. Tuvimos la fiesta de Pentecostés, la fiesta de la Santísima Trinidad y la fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo.
La primera fiesta fue cuando el Espíritu Santo descendió sobre los apóstoles y la Iglesia nació. La segunda nos recuerda al misterio tan grande de tener un Dios trabajando en tres personas. La tercera recalca la presencia real y siempre activa de Jesús en la Eucaristía. Todas estas fiestas enfatizan un lado sorpresivo de Dios, actuando en modos que ninguna mente humana hubiera pensado.
A Dios no se le puede encasillar. Por eso, en los momentos de neblina, agarremonos de Dios, sabiendo que de algún modo va a actuar, siempre con nuestro bienestar por delante, y que, al igual que el sol, aunque no lo podamos ver en ese preciso momento tenemos la garantía de que ahí está Él presente.