Por Padre Bernardo Lara
SAN DIEGO — Uno de los pasajes bíblicos que conocemos bien pero que a la vez menospreciamos es el encuentro que tiene Jesús con Santo Tomás.
De hecho, este episodio es el Evangelio del día del segundo domingo de Pascua, también conocido como el Domingo de la Divina Misericordia. Y digo que lo conocemos bien porque estamos familiarizados con la historia: Jesús resucitado se aparece a los discípulos que estaban escondidos y convive con ellos, pero no estaba Tomás.
Los apóstoles le dicen que han visto a Jesús vivo y Tomás no les cree, a tal punto que pide una prueba física para creerles: “Si no viere en sus manos la señal de los clavos, y metiere mi dedo en el lugar de los clavos, y metiere mi mano en su costado, no creeré», Juan (20:24-29). A la semana siguiente se aparece Jesús de nuevo, ahora estando Tomás y le presenta las marcas de sus heridas.
Los Católicos hemos incluso desarrollado dichos a lo largo del escepticismo de Santo Tomás. En inglés le llaman “doubting Thomas” (Tomás dudoso). En español tenemos dichos como “pues yo como Santo Tomás: hasta no ver, no creer”.
Siempre me ha dado un poco de risa la situación de este discípulo, pienso: “Este pobre tipo fue apóstol de Jesús e hizo muchas cosas buenas, estoy seguro, pero comete un solo error (el de no creer) y ¡toda la Iglesia se lo recuerda a lo largo de dos mil años!”.
Vale la pena cuestionarnos por qué no creía Santo Tomás. Quizás sí haya sido falta de fe, como muchas veces creemos; quizás había algo más, o tal vez así se llevaba con los demás apóstoles. Yo tengo un grupo de amigos, por ejemplo, con los que bromeo mucho, a tal grado que en ocasiones no les creo. ¿Cuál habrá sido la situación con Tomás?
Independientemente de la razón por la que no haya creído, de una cosa podemos estar seguros: Jesús siempre ha estado ahí. Cuando Tomás dudó, Jesús ahí estuvo. Cuando los apóstoles lo abandonaron en la cruz, Jesús ahí estuvo. Cuando uno de ellos lo negó tres veces, Jesús ahí estuvo. Cuando el mundo lo vio derrotado, Jesús ahí estuvo. Cuando lo veían muerto, Jesús ahí estuvo. Jesús siempre ha estado ahí.
Lo mismo pasa en nuestros tiempos. A veces la vida nos presenta pruebas, como puede ser una enfermedad, un problema familiar, problemas en el trabajo. A veces, incluso, somos nosotros los que nos buscamos problemas por cómo nos comportamos. Sea lo que sea, no importa el motivo de la turbulencia, Jesús siempre está ahí.
Hasta con aquellas personas que no creen, que no van a Misa, que no reciben los sacramentos, también con ellos Jesús siempre está ahí.
Y lo que es mejor, es que no creemos en un bonito recuerdo nada más, creemos en un Dios que sigue vivo, que sigue estando presente, que sigue actuando. Por eso hay que sostenernos con lo mucho o poco de fe que tengamos sabiendo que Jesús siempre ha estado y siempre estará ahí.