Por Ricardo Márquez
(SAN DIEGO) ¿Qué hemos sentido cuando alguien nos da las gracias? ¿Qué reacciones hemos visto en los ojos y las caras de las personas a quienes les damos las gracias?
En mi vida ha habido varios momentos donde he experimentado recibir la gratitud de otras personas. En una ocasión, al terminar una sesión de tres días de retiro espiritual en la cárcel federal de Ohio, hicimos un círculo de despedida, al interior estaban los visitantes espirituales, como nos llamaban, y en el círculo externo los reclusos. Fuimos girando lentamente los de adentro, con lapsos cortos que nos permitía mirar a los ojos a las personas del círculo exterior antes de continuar con la siguiente persona. Nos acompañaba una música de fondo que ayudaba a crear un ambiente sagrado de encuentro y despedida de los días compartidos.
Se dice que los ojos son “los espejos del alma” porque reflejan de manera inmediata nuestras emociones y nuestros miedos. Ese día tuve la oportunidad de experimentar una variedad de sensaciones y emociones que terminaron, en mí y en algunos de los que nos mirábamos, con lágrimas en nuestros ojos. Mi mirada no fue ocasional, fue intencional.
Antes de la experiencia me dije a mí mismo, y pedí la gracia, que mi mirada expresara el amor de Dios a cada una de las personas que iba a mirar. En cada intercambio sentí que salían de mis ojos como abrazos de luz, de respeto y aprecio a la dignidad de cada uno. Fue como entrar en un estado superior de conciencia que me permitía ver al otro desde la trascendencia, como los miraría su Creador, como las primeras miradas que me ofrecieron mis hijos al nacer, miradas limpias, claras, sin juicios, ni prejuicios.
Al terminar el ejercicio, uno de los residentes se me acercó con lágrimas en los ojos, era un hombre fornido y de gran tamaño, de nuevo mirándome me dijo: “Te quiero dar las gracias, tenía tiempo que alguien no me miraba a los ojos como tú me has mirado hoy”. Natural y espontáneamente surgió un abrazo fraterno entre nosotros.
Lo que sentí y viví en ese momento particular no se me ha olvidado nunca. Mi cerebro emocional lo vivió y lo almacenó en las conexiones neuronales donde residen los recuerdos impactantes que hemos vivido. Este gesto de agradecimiento me hizo tomar conciencia de los dones recibidos, del regalo que puedo ser para la vida de otros, expandió los márgenes de mi corazón; me hizo magnánimo.
Recibir un agradecimiento también implica humildad. A veces nos cuesta aceptarlo porque hay la creencia de que es alimento para el “ego” y la soberbia. Recibir el agradecimiento con gracia y amabilidad, implica estar consciente que no soy “yo” la causa sino el instrumento, que soy canal de una realidad amorosa que me trasciende y me nutre.
El agradecimiento surge del corazón, por eso es sensible y vulnerable. El agradecimiento genera una energía de expansión, abre los poros de la piel para recibir, contrario a lo que genera un insulto que los cierra. El agradecimiento nos conecta, crea comunidad y fortalece los vínculos. El agradecimiento nos prepara para recibir y seguir dando.
Gracias por haberte tomado un tiempo y leer estas palabras. Que crezca dentro de ti lo que ellas te inspiran. Como nos dice el teólogo católico alemán Eckhart von Hochheim OP: “Si la única oración que dijiste en toda tu vida fue ‘gracias’, eso sería suficiente”.
Ricardo Márquez es director asociado de la Oficina para Vida Familiar y Espiritualidad de la Diócesis Católica de San Diego. Se puede contactar en rmarquez@sdcatholic.org.