Por el Padre Bernardo Lara
SAN DIEGO — Después de varios meses de preparación, coordinación y meditación, la tercera etapa del sínodo de la Iglesia Católica, impulsado por el Papa Francisco, ha comenzado a caminar con un paso más aprisa.
Si hacemos un breve recorrido de lo que hasta ahora se ha vivido en este proceso sinodal, recordaremos que, en octubre 2021 el Santo Padre lanzó el “Sínodo sobre la Sinodalidad”, una consulta mundial a los feligreses.
En su primera etapa la Diócesis de San Diego realizó sesiones de escucha y una encuesta electrónica para conocer las alegrías, decepciones y esperanzas de sus feligreses. En la segunda etapa el Vaticano realizó la Fase Continental del sínodo; la diócesis fue parte del grupo de América del Norte compuesto por representantes de los EE. UU. y Canadá. Después de estas reuniones se dieron a conocer los hallazgos obtenidos y se hicieron planes para implementar algunos de los cambios sugeridos.
Ahora en su tercera etapa, la diócesis de nuevo está invitando a feligreses a participar en diálogos en grupos pequeños, pero en esta ocasión el enfoque será sobre cómo formar comunidades Eucarísticas.
Hay que recordar que el sínodo se compone precisamente de diálogos entre miembros de la comunidad, diálogos que nos ayudan a entrar en la realidad que experimenta la otra persona, diálogos que ya han comenzado y que han puesto al descubierto los retos y problemas que la gente ha estado sufriendo.
Estos diálogos también sirven para buscar soluciones a corto y largo plazo que, sin despegarse de las enseñanzas de Cristo, nos ayuden a crear nuevas soluciones ante los nuevos retos que se nos presentan.
Este ejercicio es importante sobre todo en estos tiempos en los que la sociedad parece polarizarse, dividirse y fracturarse cada día más.
En un reporte sobre el sínodo presentado a nivel nacional aquí en los Estados Unidos, se enseña justamente que en la raíz de la “polarización” se encuentra la “herida de la marginalización”.
Por esto mismo, una Iglesia que surge de la comunión perfecta de un Dios en tres personas, una Iglesia que profesa su alegría en cada celebración Eucarística, no puede fomentar un comportamiento que divida y excluya a aquellas personas que aún no se sienten parte de esta familia.
Como han dicho otros, la Iglesia no puede volverse mundana. Mientras el mundo busca dividirse, la Iglesia tiene que unir; mientras el mundo busca separar, la Iglesia tiene que reunificar; mientras el mundo desecha al pobre, al inmigrante, a los divorciados, a las mujeres, a los adultos mayores, la Iglesia tiene que resaltar el valor que Dios les ha dado. Mientras el mundo busca excluir, la Iglesia tiene que incluir.