SAN DIEGO — Tener la experiencia de cargar un bebé recién nacido no es sólo algo indescriptible para los padres que le dieron la vida, sino también para personas como yo, que hemos tenido el privilegio de ser abuelos.
Cargar a un bebé recién nacido es cargar en tus manos toda la dependencia y vulnerabilidad humana. Si el bebé pudiera hablar diría: “Dependo totalmente de ti, de lo que me digas, de lo que hagas con mi cuerpecito, de cómo me acaricies, de cómo me protejas; si me alimentas, si me cuidas…si me amas”.
Cargar un bebé y mirarlo a los ojos es como incursionar en el misterio de las galaxias que nos reporta el telescopio James en el espacio. Ver a través de los ojos que todavía no están contaminados de prejuicios, etiquetas, definiciones, conclusiones, opiniones…es una experiencia liberadora.
La mirada de un bebé recién nacido todavía es borrosa, pero distingue objetos y empieza a distinguir rostros cercanos. En este intercambio de miradas me pregunté: “¿Cómo será la visión que tiene de mí?”. Me imagine su respuesta: “Veo algo que brilla cuando estás cerca de mi (todavía no sabe lo que son unos anteojos), tienes bigotes y poco pelo, tu cara es redonda y me pareces muy grande…”. Seguí imaginando y continuó diciendo: “Aunque no te puedo ver con claridad todavía sí siento tu calor, siento cómo sostienes con firmeza y cuidado mi cabecita inestable…cuando me cargas y me pones en tu pecho siento tu corazón latir, que me recuerda al latido de mi mamá mientras estuve en su vientre; me siento seguro, querido y aceptado por ti…me siento único y especial”.
En esta etapa de la vida, los bebés son centros receptivos de las sensaciones de todas las personas que los rodean; informaciones que se obtienen a través del cuerpo y se van almacenando en la memoria emocional que se va desarrollando. Son las experiencias básicas, originales, sobre las cuales se inicia la construcción inconsciente de lo que posteriormente se hará consciente o permanecerá oculto como un río subterráneo que puede llevarlos a un destino indeseado.
Los bebés durante estas etapas iniciales ya sienten y captan los estados emocionales de su mamá y las personas que habitan la casa. Ya empiezan a distinguir las distintas sensaciones de quienes los cargan estresados y los inquietan, o quienes le trasmiten seguridad y tranquilidad por su voz y su tacto. De una forma instintiva empiezan a “acercarse a” o “alejarse de”; se acercan y se sienten más seguros con quienes reciben buenas vibras, energías sutiles de afecto y protección. Se alejan energéticamente de quienes están tensos y les llevan a su campo energías de angustia, preocupación, ansiedad o tristeza.
Parece exagerado decir que el futuro de la humanidad, de la convivencia humana, depende de estos momentos iniciales en los primeros años de vida, pero no lo es. En estos primeros momentos se siembra lo que cosecharemos en el futuro.
No estoy seguro que los padres, familiares, abuelos y cuidadores de niños, estemos conscientes de lo trascendental de nuestro trato y relación con los recién nacidos. No somos conscientes de que lo que traemos dentro – angustias, preocupaciones, heridas y tensiones que nos acompañan- lo depositamos en sus campos de vida. No hay situaciones perfectas para criar niños perfectos, pero si hace la diferencia que los padres, familiares y personas que nos acercamos a los niños cultivemos, cuidemos e irradiemos lo mejor de lo que hemos recibido: respeto, cuidados, cariño y aceptación.
Al terminar el día, agradeciendo todo lo que me enseñó el niño que tuve en mis brazos, susurré en el misterio de la presencia de Dios: “Señor, que sea como él me mira, que es lo más parecido que puedo experimentar a como Tú me miras: sin prejuicios, con plena aceptación y confianza de lo que soy…y que aprenda a mirarlo a él y a todos los seres humanos como Tu nos miras”.
Se puede contactar a Ricardo Márquez en marquez_muskus@yahoo.com.