Perspectiva: Tensiones, Retos y Esperanzas de un Día Ordinario

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Por Ricardo Márquez

SAN DIEGO — En un día ordinario a la entrada de un “day care” se ve llegar a algunos niños llorando, padres o madres apurados porque deben llegar a tiempo a su trabajo; unos niños caminan sonriendo y saludando, mientras que otros no se despegan y se aferran a sus padres.
¿Cómo son las dinámicas previas antes de salir de la casa?
Cuando los horarios son flexibles y se cuenta con ayuda de abuelos, familiares o “nannies “, se viven esos momentos con menos estrés, se acompañan mejor los ritmos de los niños y se logra pasar la situación con un mayor nivel de satisfacción.
Hay tiempo de tranquilidad entre una cucharada y otra en el desayuno, o para pasar un rato más en el baño, o cambiarse una prenda a última hora. Seguramente a este grupo es al que pertenecen los niños que se despegan más satisfechos y se entregan con menos miedo a la experiencia del día. Las necesidades emocionales básicas de compañía, apoyo y estima se han podido satisfacer mejor, y eso les da más seguridad a los niños que tienen que enfrentar espacios, situaciones y personas desconocidas.
En las grandes ciudades, la familia -en sus distintas formas y modelos- se ha reducido y se ha aislado en sus propias dinámicas. La realidad de sostener una vida digna hace que el padre y la madre se vean en la necesidad de trabajar. La familia extendida, que cumplía un papel de apoyo para las nuevas parejas en la cultura hispana, por ejemplo, se quedó más allá de la frontera.
En este contexto, las horas antes de ir al colegio se convierten en un tormento de lucha en la casa, padres ansiosos y angustiados por cumplir con su trabajo y llegar a tiempo, cansancio y frustraciones acumuladas que exacerban los gritos y a veces la violencia, apretones de brazos y juicios desalentadores: “No seas flojo”, “No vas a aprender nunca”, “Si llegamos tarde es por tu culpa”.
¿Se imaginan cómo crece un niño en medio de este tipo de dinámicas que se repiten cada día antes de ir a la escuela?
La intención de esta reflexión no es juzgar, ni hacer sentir mal a los que no tienen otra opción ante la realidad social y económica que vivimos. Cada niño es único, cada familia es única, cada circunstancia es particular. La intención es tomar conciencia de nuestras propias dinámicas y ver qué resultados estamos logrando. Si lo que prevalece es el estrés, la insatisfacción, el desaliento, agresividad o depresión, entonces tenemos la oportunidad de introducir pequeños cambios para mejorar el clima emocional de la salida al colegio.
En algunas familias ha dado resultado dejar preparada la comida y la ropa el día anterior, algo tan simple como eso ha producido cambios en la salida. Valorar cualquier gesto de colaboración que estimule al niño a sentirse mejor consigo mismo: “Gracias por abrir la puerta”. Aprovechar el momento antes de dormir, rezar, dar gracias por lo mejor del día, pedir perdón por las faltas y darle mensajes de confianza, preguntándole qué podemos hacer mañana para querernos más.
Los adultos motivados crean los ambientes para educar y ayudar a crecer niños motivados, que se sienten queridos, respetados y acompañados.
En nuestras parroquias contamos con grupos de oración, matrimonios y servicios comunitarios que son espacios de formación y motivación para cumplir mejor nuestra misión como padres y madres. Si te gustaría aprender más al respecto no dudes en acudir a tu parroquia.

Ricardo Márquez es columnista para la publicación noticiosa The Southern Cross. Previamente fue director asociado de la Oficina para Vida Familiar y Espiritualidad en la Diócesis de San Diego y actualmente reside en el estado de Carolina del Norte. Su correo: marquez_muskus@yahoo.com.

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