Por Ricardo Márquez
SAN DIEGO — La humanidad necesita, antes que un desarme nuclear, un desarme cultural (Raimon Panikkar).
Ante las recientes decisiones de la Corte Suprema sobre la derogación del derecho al aborto, hemos visto cómo ha crecido la polarización de opiniones en nuestro país.
Las muertes producidas por el uso de armas de guerra en manos de jóvenes con desequilibrios mentales nos han conmovido profundamente, experimentando rabia, frustraciones y desesperanza.
Todo esto ha puesto en evidencia cómo bloques de nuestra sociedad defienden sus propias posturas con vehemencia y violencia. Se nos hace difícil dialogar, intercambiar nuestros puntos de vista sin caer en los juicios y calificaciones de “derecha” o “izquierda”; “leales” o “traidores”; “liberales” o “conservadores”; ”fieles” o “descarriados”…
Preferimos un lenguaje que separe la realidad en dos dimensiones, “blanco” o “negro”, así es más fácil cerrar la conversación para protegernos y defender nuestras posturas; alejándonos de los matices, los grises y claroscuros que también forman parte de la realidad.
Ante la complejidad de las situaciones aumenta el fanatismo porque es la postura más fácil para evadir las tensiones que provocan la diversidad y las diferencias.
En las familias, entre amigos, en la parroquia y la ciudad se nos dificulta hablar de estos temas polémicos. En lo personal, cuando me ha tocado hacerlo, termino con un desagrado interior muy grande. Me he dado cuenta que esa sensación proviene de mi deseo de convencer al otro de su error, de mi frustración al ver su intransigencia y ceguera. Rara vez se puede tener una conversación donde nos escuchemos con respeto y no pensando en la respuesta que vamos a dar para contradecir lo que escuchamos.
Necesitamos un “desarme emocional”, bajar las armas de nuestros prejuicios, conectarnos con lo que nos une e identifica como seres humanos en búsqueda de la verdad, una verdad que es la luz que se enciende cuando ofrecemos con honestidad los distintos puntos de vista de la realidad sin absolutizarlos.
No es tarea fácil, ni ocurre sin pedirla, buscarla y practicarla. No es una actitud que se impone, es también un don, una gracia que se recibe, es el resultado de pedir sin descanso: “Señor hazme hoy un instrumento de tu paz”.
El problema no es el problema, sino cómo lo manejamos (Virginia Satir). No se trata de relativizar todo, ni renunciar a nuestros valores y principios. Podemos expresarlos con respeto, compasión, firmeza y honestidad.
La mejor crítica de las posturas que no compartimos, es la práctica de lo que creemos, es lo que expresamos con nuestras obras y estilo de vida, con el “gozo” y la paz interior que provienen de centrarse en el Señor Jesús y su mensaje y no en nuestros “egos”.
Felices los que buscan, cultivan y practican la paz porque ellos serán llamados hijos de Dios al crear la fraternidad entre los seres humanos (Mt. 5: 9).
Ricardo Márquez es Director Asociado de la Oficina de Vida Familiar y Espiritualidad en la Diócesis Católica de San Diego.