Por Ricardo J. Márquez, Ph.D.
¿Por qué cuando vemos a un mendigo que está en las calles pidiendo limosna la respuesta de nuestro cuerpo es voltear la cara, no hacer contacto visual y alejarse?
Cuando hay algo en las personas que me desagrada o molesta, esa información es un mensaje para mí. El otro puede representar un “espejo” de aquello que rechazo, o temo. En el caso del mendigo me recuerda mi propia pobreza, mis propias necesidades no atendidas y descuidadas. El impacto en mi conciencia es tan gráfico y vivo, que rápidamente mis mecanismos de defensa se activan para voltear la cara y seguir adelante.
Si no me pregunto y exploro qué fue lo que se movió dentro de mí, pierdo la oportunidad de conocerme y estar más consciente del origen de mis reacciones. Pierdo la oportunidad de crecer como ser humano, de ser más compasivo y amable.
Estos días tuvimos la oportunidad de realizar una visita a La Posada de Guadalupe, una instalación acondicionada por Caridades Católicas y la Diócesis de San Diego para recibir, atender y apoyar a los “sin casa”, a los que están en la calle sin un lugar dónde dormir. La Posada tiene 100 camas para albergar a quienes buscan un techo temporal para reconstruir sus vidas. Después de recorrer los diferentes espacios, limpios, ordenados y bien mantenidos, tuvimos la oportunidad de oír testimonios de personas que han vivido en las calles y cuyas vidas se transformaron.
El denominador común de las historias de quienes terminaron desesperados, deprimidos, adictos y sin esperanza en la calle es la falta de amor, la ausencia de cuidado y respeto que experimentaron en alguna de las etapas tempranas de sus vidas, la violencia doméstica, o el abuso sexual. Las historias me conmovieron, no sólo por el dolor y el sufrimiento por el que pasaron los que nos hablaban, sino por lo que se movía dentro de mí. En sus historias había pedazos de mi historia. Yo también he pasado por momentos de desesperanza, confusión y depresión, yo también hubiera podido terminar en la calle.
Todos participamos de la misma humanidad, sentimos las mismas emociones constructivas y destructivas dentro de nosotros, todo depende de las decisiones que tomamos y de los ambientes que nos protegen o nos envuelven con sus sombras.
En las historias que escuché hay un momento de crisis profunda, un abismo al que se llega desde donde surge un grito de desesperación: “Señor, ayúdame, sólo no puedo, guíame”.
Desde esta grieta existencial se abre un espacio para la gracia, paradójicamente se abre el alma herida, se rinde el alma y se abre al misterio de Dios. Para quienes escucharon alguna vez hablar de Jesús y del Padre Dios, el Espíritu se hace presente, la luz rompe la oscuridad, se caen del caballo como San Pablo y para algunos comienza el camino del regreso a la casa del Padre que los espera con los brazos abiertos y que nunca los dejó de pensar y de amar.
Allí donde se perdieron se salvaron.
Cada una de estas personas contaban que después de esta experiencia se pusieron en camino, empezaron a buscar alternativas, como guiados de la mano. Empezaron a suceder sincronías (gracias), como el estar llorando en una capilla y sentir una mano amable en la espalda que le preguntaba por qué lloraba y después de compartir desde el corazón, justo esa persona conocía de La Posada y lo llevó a sus puertas.
Todos recordaban que siempre en el camino hubo alguna persona que les dijo, “tu puedes”, “cuenta conmigo”, “yo te acompaño”. Nunca sabremos el poder que pueden tener estas palabras para aquellos que están en medio de las tormentas existenciales.
En La Posada nos encontramos un personal que tiene como misión recibir con respeto al que toca sus puertas. La dignidad humana y divina de cada ser humano es el valor que guía el servicio que ofrecen y se nota desde la bienvenida y el trato que les “espejea” su dignidad olvidada.
Ricardo J. Márquez, PhD, es director asociado de la Oficina de Vida Familiar y Espiritualidad. Se puede contactar en rmarquez@sdcatholi.org.