Por Ricardo J. Márquez
SAN DIEGO — Hoy ya no dudamos que un pequeño virus microscópico ha alterado la complejidad de nuestras vidas.
Lo que ocurre en el mundo químico de las moléculas se hace realidad en lo social, económico y político. Mientras una molécula es más compleja, requiere de mayor energía para sostenerse pero a su vez es más vulnerable a ser alterada por cualquier pequeña variación que la transforma en una nueva estructura. Esta teoría la desarrolló Ilya Prigonine (1917-2003), Premio Nobel de química, bajo el nombre de las “Estructuras Disipativas”. Lo que este modelo nos ayuda y nos invita a entender es a reconocer la “complejidad” de la vida que hoy vivimos, a darnos cuenta que sostener la vida en el planeta, la economía y las relaciones entre las diversas razas y culturas que la habitan requiere de mucha energía, valores, acciones, acuerdos y compromisos, y que cualquier mínima variación puede alterar el todo.
Reconocer la “complejidad” de la realidad es una invitación a superar las visiones y reacciones totalitarias o dualistas de todo o nada; derecha o izquierda; blanco o negro. No estamos acostumbrados a lidiar con las complejidades, eso supone hablar honestamente y escuchar atentamente, explorar, empatizar, estar dispuesto a enriquecer nuestras opiniones y perspectivas, llegar a acuerdos…este proceso requiere coraje, paciencia y sabiduría.
Por eso no es de extrañar que en épocas de confusión y crisis, como la que vivimos, los fanatismos aumenten. Cuando etiquetamos al “otro” y lo descalificamos, ya no tenemos que invertir energía en conocer o explorar, en dialogar y encontrar puntos comunes para compartir el camino de lo que todos anhelamos universalmente: amor, respeto, justicia y paz.
La cuarentena para muchos ha supuesto un cambio radical en las rutinas de cada día. Las rutinas, lo que sabemos que nos toca hacer cotidianamente nos da seguridad, nos permite estar más tranquilos porque podemos organizar y planificar nuestras actividades.
Cuando las rutinas se alteran, como se han alterado por la pandemia, el sentimiento que aflora es de incertidumbre, qué vamos hacer ahora, no sabemos cuándo esto se termina. La ansiedad, la angustia, la rabia y la depresión encuentran el terreno abonado para prevalecer en nuestro sistema emocional.
Hay señales de que el sistema de la vida en el planeta está en peligro, hay sensación de caos. No hace falta ser profeta para intuir hacia dónde van los desenlaces de estas dinámicas si seguimos actuando como lo hemos venido haciendo, guiados por los valores del individualismo, la ganancia, el poder utilitario y la explotación.
Hoy leyendo el Evangelio (Lc. 17-26-37) me tropecé con unos dichos crudos de Jesús: “El que pretenda guardarse su vida la perderá; y el que la pierda la recobrará…Donde se reúnen los buitres allí está el cuerpo”. Si seguimos aferrándonos a los valores que predominan y nos guían ciegamente en la cultura del dominio y el consumo, perderemos la “vida”, el soplo del espíritu que nos llama a ser lo que estamos llamados a ser, hijos, hermanos, sacramento de la inmensidad de Dios en esta tierra. Si mueren la fe, la esperanza y el amor dentro de nosotros ya somos como cuerpos “muertos”, y los buitres, los que se aprovechan de los negocios de la muerte, de la insatisfacción y el desencanto, harán de las suyas, prometiendo lo que no puedan dar.
La promesa sigue en pie hoy para quienes la acepten y la hagan suya. En tiempos de caos también tenemos la oportunidad de darnos cuenta y distinguir lo que importa y es esencial, de lo que no importa tanto y es accidental. Pueden ser tiempos de renovación, de fracturas que permiten abrirnos al amor misericordioso del Señor, del derretimiento de nuestras armaduras defensivas.
No estamos solos en este barco que navega por aguas tormentosas. En “la música callada y la soledad sonora de nuestra intimidad», allí está la fuente de la vida, y de la vida en abundancia.
Este tiempo que se aproxima del Nacimiento de Jesús, nos invita a conectarnos con el amor de un Dios, que tanto nos amó que se hizo uno de nosotros para amarnos como el Creador nos ama, y recordarnos que sólo estamos condenados a la “Vida”, a la Resurrección, a la fraternidad de su Reino que ya está en medio de nosotros.
Ricardo J. Márquez, PhD, es director asociado de la Oficina de Vida Familiar y Espiritualidad. Se puede contactar en rmarquez@sdcatholic.org.