Por Ricardo Márquez
SAN DIEGO — Nos conmovió ver la caída de los edificios en Champlain Towers South, en Surfside, Florida, el 24 de junio.
Después de varias semanas de intensos esfuerzos de rescatar a sobrevivientes, la búsqueda ha terminado. El 20 de julio el saldo era de 97 personas fallecidas y varios residentes aún desaparecidos.
Ver las imágenes de la caída de estos edificios y las consecuencias emocionales que han producido me hicieron ver este colapso como una “metáfora” de mi vida.
Una metáfora es un recurso del lenguaje que nos invita a “ir más allá”, a comparar una realidad concreta con otra realidad más amplia, en este caso, la realidad de lo que sucedió con estos edificios nos invita a pensar sobre nuestras vidas.
A lo largo de nuestro camino vamos construyendo estructuras, creencias que nos llevan a pensar que estamos protegidos, que somos fuertes y seguros cuando tenemos dinero acumulado, bienes materiales o una figura esbelta. En el trayecto vamos descuidando el mantenimiento de lo que importa, los afectos, la convivencia, el respeto, la compasión y la humildad.
En algún momento la sobrecarga emocional de las frustraciones, las dificultades, la enfermedad o los conflictos, hacen que la estructura de nuestra persona se derrumbe y colapse en la depresión o la muerte.
Ante el colapso y la caída de los edificios vimos diversas reacciones. Algunos se preguntaron dónde estaba Dios en todo esto, reacciones de asombro, duda y hasta rabia por lo sucedido y los dolores provocados. Circunstancias que nos resquebrajan las imágenes de Dios a las que hemos estado apegados.
Otros expresaron testimonios de un “despertar”, de un darse cuenta qué es lo importante en la vida. Ante el peligro del colapso, lo primero que hicieron fue salir para salvar la vida y las vidas de los que pudieron, no se detuvieron para buscar la chequera, ni la caja fuerte, ni ropa, ni papeles. El enfrentar la posibilidad de morir en ese instante los llevó a valorar cada instante de lo que les toca vivir de ahora en adelante.
En estos momentos lucen y afloran las luces y las sombras que nos acompañan como seres humanos. La madre que con sus caderas fracturadas rescata a la hija de los escombros y baja con ella. El que corrió y no se detuvo para abrir la puerta de los que le pedían ayuda. La tragedia desencadenó el fuego de las emociones, la angustia, el llanto desesperado y la impotencia. También al instante las sirenas, brigadas de salvamento, primeros auxilios y rescatistas de todo el mundo, gente con la vocación (llamado interior), cuya motivación es salvar, rescatar , devolver a los afligidos sus seres queridos. Así es la vida, en esta circunstancia, en un instante vemos todo lo que somos y podemos llegar a ser.
Estos hechos, como el de la pandemia, nos siguen diciendo que somos uno, que estamos conectados, que el dolor no nos es indiferente, que todos tenemos que ver con todos, que nada hay en el universo que se mueva o deje de moverse y no nos afecte, que lo que yo haga o deje de hacer cuenta para sanar y elevar, o para herir y dividir. La opción y decisión está en nuestras manos.
A medida que el colapso comienza a alejarse de los titulares es mi esperanza que cada uno de nosotros esté dispuesto a reflexionar sobre nuestra vida, apreciarla y nutrirla; que la muerte repentina de nuestros hermanos y hermanas no nos deje intactos; y que sigamos buscando lo importante, el “tesoro escondido” que da sentido y alegría a nuestra vida.
Ricardo Márquez, PhD, es director asociado de la Oficina de Vida Familiar y Espiritualidad en la Diócesis Católica de San Diego. Se puede contactar en el correo rmarquez@sdcatholic.org.