Perspectiva: El toque humano que sostiene y da vida

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Por Ricardo Márquez

SAN DIEGO — El ambiente estaba cargado de emociones. Estábamos reunidos para recordar y orar por los familiares de quienes han tenido un miembro de la familia que se había suicidado. Cada familia llevó al altar, al momento del ofertorio, unas rosas en memoria de sus seres queridos que por diversas circunstancias decidieron quitarse la vida.

El suicidio es una realidad dura y devastadora de enfrentar, llena de emociones de rabia, culpa, vergüenza y profunda tristeza, acompañada de un sin número de “¿por qué?”, que se quedan sin respuestas y profundizan la desesperación.

El Evangelio del día ciertamente fue una buena noticia, un bálsamo para el corazón, la parábola del pastor que no descansa hasta encontrar la oveja perdida. Resonaron en mi corazón la fuerza de las palabras del predicador que en la homilía decía: “al Señor no se le pierde ninguna de sus ovejas”, se arriesga, deja a las 99 en un buen resguardo, la busca, la llama y al encontrarla la cura, la consuela, la carga y la regresa al hogar. Para los que hemos tenido familiares que se han suicidado esas palabras fueron sanadoras, le salieron al encuentro al lenguaje de condenación y juicio que nos ha acompañado y que estigmatizan a los suicidas y sus familiares. 

Ningún ser humano, por más estudiado que sea, o crea ser, en psicología o ciencias teológicas puede atribuirse ser juez del misterio de la vida y sus manifestaciones. Se pueden encontrar explicaciones, causas y teorías, pero el misterio interno y la complejidad de lo que ocurría en la mente de quien decidió en desesperación, dolor o depresión quitarse la vida nunca lo podremos entender en plenitud. Este es el espacio sagrado que dejamos a la relación íntima y profunda entre el Creador y su criatura atormentada.

En esos momentos, fracciones de segundo o procesos largos, el Pastor se encarga de su “oveja”. Aún si ocurriera el suicidio, siempre será un encuentro único entre Creador y creatura, dónde puede ocurrir la alquimia del alma, donde de la oscuridad puede salir la luz, de la lejanía se puede experimentar la intimidad, porque el amor infinito del Creador puede transformar todas las cosas y situaciones.

Entre los participantes estaba una persona en silla de ruedas, privada de movimientos. Su cara expresaba con gestos espontáneos sus emociones, mezcla de gritos de alegría y dolor. A su lado estaban sus padres acompañándola, y noté que ambos tenían sus manos sobre cada uno de sus brazos, acariciándole suavemente, con ternura y delicadeza…verlos fue para mí una revelación, un rayo de luz a mi conciencia del poder del amor sencillo, cotidiano y espontáneo que acompaña, consuela y sana.

Esos padres fueron para mí, en ese momento, una señal, un “sacramento” del amor y sus frutos. Me recordaron las promesas que hacemos al casarnos, “te amaré en la salud y en la enfermedad, todos los días de mi vida”. Sus gestos me invitaron a un viaje al interior a mi conciencia y preguntarme, ¿Cómo expreso mi amor hoy? ¿Cómo puedo ser instrumento de consuelo, de presencia amorosa entre quienes más lo necesitan, los que se sienten rechazados, o emocionalmente conmovidos? Si lo practico, si pido la gracia de ser instrumento de amor y sanación, posiblemente puedo contribuir para que se redescubra  el amor a la vida entre quienes sienten ganas de quitársela.

Ricardo Márquez es director asociado de la Oficina para Vida Familiar y Espiritualidad de la Diócesis Católica de San Diego. Se puede contactar en rmarquez@sdcatholic.org. 

 

 

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