Perspectiva: ¿Quién está dispuesto a escuchar nuestras historias?

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Por Ricardo Márquez

SAN DIEGO — Estos días fui testigo de una conversación entre una trabajadora hispana que enfrentaba problemas laborales durante este tiempo de cuarentena y un abogado a quien le consultaba para que la orientara.

La trabajadora comenzó a explicarle con sus palabras la situación al abogado, sus dudas, sus preocupaciones y angustias por no conocer las leyes. Quería saber qué hacer, cuáles eran sus derechos. El abogado la interrumpió bruscamente y le dijo: “Dejemos las historias y sentimientos para después…dígame en no más de 25 palabras, cuál es el problema y qué es lo que necesita de mí”. Le fue difícil a la trabajadora responder a esa demanda inmediata.

Como testigo de la conversación pensé dentro de mí, esta es una de esas situaciones donde se ven claramente las diferencias culturales. La trabajadora hispana busca ayuda ante sus angustias y necesidades, se acerca a alguien que sabe de leyes para que la oriente.

El abogado, en este caso americano, quiere ser eficiente y efectivo en el uso del tiempo. Los hay quienes cobran entre $300 y $400 por hora de servicio.

Al final de la interacción vi que ambos quedaron insatisfechos, la trabajadora sintió que no fue entendida, que no pudo contar toda su historia, y el abogado frustrado por no disponer de tiempo para poder ofrecer una asesoría efectiva.

El apuro, las presiones, el estrés, el no tener tiempo para escucharnos con atención son síntomas en las relaciones personales durante este tiempo de pandemia, confusión e incertidumbre.

Conversando con varias personas, amigos y familiares, he sentido que cada uno de nosotros lleva penas, angustias y frustraciones por dentro. El no poder despedir a un padre moribundo, el no poder acompañar a un hermano enfermo en el hospital, la disminución de los ingresos, las explosiones de violencia y depresión en nuestra familia … todo eso nos va cargando emocionalmente. Es como una olla de presión que se va calentando y explota cuando el estrés y la presión aumentan. Cuando estamos cargados, cualquier comentario, pregunta o exigencia puede hacer detonar la olla, porque estamos hipersensibles.

Es más fácil aceptar y reconocer la necesidad de ser escuchados, que nos pongan atención a lo que decimos y sentimos, que ofrecernos para ser una persona que escucha con atención y sensibilidad las penas del otro.

Para llegar a ser un buen escucha hay que prepararse, cultivar lo que queremos que crezca dentro de nosotros, yo diría que hay que repetir y repetir la oración de San Francisco de Asís, con cada respiración: “Señor hazme un instrumento de tu paz, que no me empeñe tanto en ser consolado sino consolar…”

Todas estas pequeñas acciones nos van preparando desde dentro para ser buenos escuchas. No se puede dar lo que no se tiene, no se puede crear entendimiento y compasión fuera sino no la hemos cultivado dentro, con disciplina y abiertos a la gracia, don y regalo de Dios…”Pidan y se les dará”.

Estas prácticas simples nos pueden mantener vivo el espíritu, la esperanza. Dando recibimos, consolando somos consolados, al final entramos en el camino de la “vida en abundancia”, donde aún en medio de las calamidades y crisis, sentimos la presencia de Alguien más grande y amoroso que nos sostiene, sana nuestras heridas y nos murmulla en nuestra conciencia: “No temas, yo estoy contigo”.

Ricardo Márquez, PhD, es director asociado de la Oficina de Vida Familiar y Espiritualidad. Se puede contactar en rmarquez@sdcatholi.org.

 

 

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