Por Ricardo Márquez
La discriminación y el racismo no son cosas del pasado, siguen afectando nuestras vidas hoy después de tantos años. No sólo está afuera, en las estructuras sociales, sino también lo encontramos dentro de nuestros corazones y se expresa a través de nuestras palabras, gestos y acciones.
Durante el mes de agosto, la Oficina Diocesana por la Diversidad Cultural, presidida por el padre Michael Pham, organizaron, con el apoyo de un equipo de laicos comprometidos, una serie de conferencias a través de Zoom para tomar conciencia de cómo los eventos de racismo recientes han afectado nuestras vidas y comunidades. “My Church, My Story” (Mi Iglesia, Mi Historia) fue el nombre del evento para dialogar sobre la realidad del racismo estructural que vivimos, revisar nuestro corazón y proponer acciones de integración y sanación.
La primera sesión fue dedicada a “hablar desde el corazón” y “escuchar desde el corazón”. Compartir experiencias vividas, donde miembros de la Iglesia se sintieron excluidos e irrespetados por su color, raza o cultura.
Escuchamos con atención cómo algunos señalaban la ausencia de símbolos e imágenes de su cultura en nuestras iglesias. La presencia de símbolos que los hicieran recordar su tierra y sus costumbres, que los hicieran sentir también en su casa.
Señalaron la necesidad de hacer más presente en la vida de la comunidad las historias y tradiciones de las diversas razas. Expresaron la desigualdad que sienten en algunas comunidades en la asignación de espacios y recursos.
El trato injusto y cruel que padeció George Floyd, removió las heridas del pasado. Recordar la discriminación en los colegios, los templos y comunidades…conectaron a algunos de los participantes con sus experiencias de dolor, tristeza y rabia.
La experiencia resultó ser una escucha atenta desde el “alma”, respetuosa, que nos permitió sentir con más claridad el clamor por la justicia. Cuando escuchamos de esta manera logramos empatizar y recrear el anhelo de comunión y pertenencia que todos llevamos por dentro. Escuchar atentamente fue ya el inicio del camino de transformación, el paso del “yo” y “ellos” al “nosotros”.
El documento de los obispos norteamericanos (“Abramos nuestros corazones: El incesante llamado al amor», de noviembre del 2018) nos invitaba a crear estos espacios auténticos de encuentro desde la humildad y vulnerabilidad de quienes se sienten irrespetados en su dignidad por el color de su piel. Nos proponía crear oportunidades para compartir las historias de cómo el racismo afecta a nuestras comunidades y aprender de ellas para cambiar desde dentro y transformar las estructuras sociales, recordando que sólo se puede crear afuera lo que se ha transformado en el interior de cada uno. Esto fue precisamente lo que este evento posibilitó en nuestra Diócesis.
La pregunta que recorre la historia de la salvación ya aparece en el Génesis (Gn. 4:9): ¿Dónde está tu hermano? Su sangre clama a mí desde la tierra. En el centro de nuestra identidad cristiana está la convicción de ser creados a imagen y semejanza de nuestro Creador, de allí deriva la dignidad sagrada de cada ser humano, por eso el racismo es “incompatible” para los seguidores de Jesús y su mensaje que nos recuerda “amarnos como Él nos ama” (Jn. 15:12).
Ricardo J. Márquez, PhD, es director asociado de la Oficina de Vida Familiar y Espiritualidad. Se puede contactar en rmarquez@sdcatholi.org.